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miércoles, 29 de octubre de 2014

Los Reyes Secretos•

Los Reyes Secretos•

El príncipe Edwin, hijo menor del rey Atelstan (nieto del rey Alfredo el Grande, que vivió de 895 a 941), aparece citado en un documento de 1475, utilizado por James Anderson para la Introducción a sus Constituciones. Da la impresión de existir en este caso un error histórico, una confusión con Edwin, príncipe de Northumberland, conocido por haber construido iglesias en York, de 627 a 633, y por haber reunido en 627, igualmente en York, un Parlamento que redactó leyes y concedió cartas.

Foto: Los Reyes Secretos•

El príncipe Edwin, hijo menor del rey Atelstan (nieto del rey Alfredo el Grande, que vivió de 895 a 941), aparece citado en un documento de 1475, utilizado por James Anderson para la Introducción a sus Constituciones. Da la impresión de existir en este caso un error histórico, una confusión con Edwin, príncipe de Northumberland, conocido por haber construido iglesias en York, de 627 a 633, y por haber reunido en 627, igualmente en York, un Parlamento que redactó leyes y concedió cartas.
Pero esta tradición, aún siendo ligeramente errónea, tiene su valor, ya que nos aporta un primer testimonio sobre los soberanos que, mucho antes que los reyes franceses Luis XV, Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, no desdeñaron recibir la iniciación masónica. Volviendo a Escocia e Inglaterra, cuna de la masonería actual, es importante estudiar rápidamente a los reyes Estuardo de los siglos XVII y XVIII, sobre los cuales se han transmitido un buen número de errores.
Descendientes de Alan Fitzfiaald, vikingo muerto en 1114, uno de ellos tomó el nombre de su función, Stewart, que designaba entonces, en el seno de la nobleza, el cargo de senescal. La forma francesa Stuart fue adoptada en 1562 por María Estuardo a su regreso a Escocia. El descendiente de Alan Fitzfiaald que tomó el nombre de su cargo se llamaba Walter Estuardo. Fue compañero de armas del rey de Escocia Robert Bruce y se distinguió en la batalla de Bannockburn, que tuvo lugar el 24 de junio de 1314, donde fue vencido Eduardo II, rey de Inglaterra y yerno de Felipe el Hermoso. Walter Estuardo se casó al año siguiente con Marjorie, hija de Robert Bruce, y sucedió a éste como soberano de Escocia. Robert Bruce descendía de un homónimo, Robert de Bruis, alias Bruce –del nombre de una tierra situada cerca de Cherburgo- compañero de Guillermo el Conquistador. Su biznieto se casó (antes de 1245) con Isabel, sobrina del rey de Escocia Guillermo el León, cuyo sobrenombre se perpetúa en el blasón de Escocia: “De oro, con león de oro en un trechor de lo mismo”. Llegamos así al siglo XVIII. Pero antes hemos de señalar un pequeño hecho, que quizá tenga su importancia.
En 1614 se imprimió un manifiesto célebre, la Fama Fraternitatis de los rosacrucianos, que afirmaban ser “Rosa Cruces”. Entre ellos figura un nombre, el de Johannes Valentinus Andrae, nacido en Herrenberg en 1586, de una familia de pastores. Ahora bien, Valentín Andrae no es noble pero, como todo plebeyo al que su profesión o cultura eleva por encima de las masas, posee un blasón. Porta como armas las de los Estuardo de Lennox: “De plata, con sotuer de gules, acompañado de cuatro rosas de lo mismo”. Y los Estuardo de Lennox descienden igualmente de los Plantagenet. ¿Por qué privilegio se le permite a Valentín Andrae arbolar este blasón? El lector sagaz y perteneciente a la masonería de tradición no dejará de observar que las armas de los Estuardo de Lennox aparecen en el mandil masónico de los Maestros Escoceses del Early Grand Scottish Rite (Rito Escocés Primitivo), y que este grado se convirtió después en el del Caballero Rosa Cruz. Enigmas de un pasado que conserva su secreto ...21
Se impone aquí una digresión sobre las relaciones, muy estrechas, entre los Estuardo y la francmasonería operativa de su época. Nada más normal que el hecho de que algunos soberanos hayan sido recibidos y elevados al cargo supremo de Gran Maestre. Pero cuando los representantes actuales de la francmasonería que se llama a sí misma “escocesa” rechazan toda posibilidad de iniciaciones femeninas, el historiador sincero tiene el deber de protestar.
La Guilda de los Carpinteros de Norwich, que data de 1375, guilda a la que pertenecían también los albañiles de York, recuerda que: “Todos los años, el sábado siguiente a la Ascensión, los Hermanos y las Hermanas se reunirán en un lugar determinado para recitar oraciones en honor de la Santa Trinidad y a favor de la Santa Iglesia, por la paz y la unión del país y por el reposo del alma de los difuntos, no sólo los Hermanos y las Hermanas, sino también los amigos y todos los cristianos [...] Si muere algún miembro de la guilda, sus Hermanos y Hermanas deben rezar por él y hacer celebrar una misa por el reposo de su alma”.
Y eso no es todo.
En los archivos de la York Lodge número 236, que perteneció a la antigua Gran Logia de toda Inglaterra, al oriente de York y de origen inmemorial, hay un manuscrito de 1693, transcrito en un pergamino y ligeramente mutilado. Por él nos enteramos de que durante una recepción en el siglo XVII: “Uno de los antiguos toma el Libro, y aquel o aquella que debe ser hecho masón posa las manos sobre el Libro y entonces le son dadas las instrucciones”. (cf. Revue Hiram, mayo y julio de 1908, artículo de Teder. La copia está certificada conforme por el señor Isaac Brent, Vigilante de la misma logia de York, William Crowling, Maestro Consumado y Tesorero, y Ralph L. Davison, Maestro Consumado, con fecha 13 de marzo de 1870).
Otro dato viene a contradecir la exagerada misoginia de ciertas obediencias masónicas. Hay un gran nombre femenino entre los de esos “constructores de catedrales” de los que tantos se glorian de descender, el de Sabine de Pierrefonds, hija de Hervé de Pierrefonds, más conocido por la forma germánica de su nombre, Erwin de Steinbach, que le fue dado por su participación en la construcción de la catedral de Estrasburgo. Sabine esculpió algunas de las estatuas de Notre Dame de París (fue Charles Gérard quien encontró el verdadero nombre de esta familia de masones). Claro que obras como catedrales, que duraron tres o cuatro siglos, necesitaron más de un maestro de obras, y es muy probable que Sabine de Pierrefonds no fuese la única mujer que trabajase en esas obras.
Por otra parte, entre las posibles recepciones femeninas, tal como las relatan los antiguos Deberes medievales, se puede pensar en las de las esposas de los Maestros, ya que esos reglamentos mencionan invariablemente a los dos:
“No revelaréis los secretos o los proyectos de vuestro Maestro o de vuestra Maestra ...” (cf.
Antiguas Constituciones de los masones francos y aceptados, tomadas de un manuscrito escrito hace quinientos años, por J. Roberts, Warwick-Lane, 1722, Reglamento de los Aprendices, 1, 4, 5, 7).
Su publicación es evidentemente anterior a la de las Constituciones de Anderson, y resultan más de fiar en cuanto al documento reproducido, su antigüedad y su unidad, puesto que Anderson hizo una 
síntesis de diversos documentos, mientras que aquí nos hallamos en presencia de un texto único y completo.
Y en lo que respecta a la Maestra evocada, se puede admitir que Sabine de Pierrefonds, escultora de estatuas, tuvo a su vez que formar Aprendices y Compañeros. Pronto veremos que esta iniciación femenina a la francmasonería aceptada se extendió a una soberana, en lugar de un soberano. Pensamos en la reina Ana Estuardo, hija de Jacobo II, que reinó de 1702 a 1714.
Veamos, pues, esos reyes francmasones de los siglos XVI y XVII, que reinaron sobre toda Inglaterra, ya que eran también reyes de Escocia y de Irlanda.
Jacobo I (Jacobo VI de Escocia), nacido en Edimburgo el 19 de junio de 1566 (30 de junio en el calendario gregoriano), muerto en Theobald Park el 27 de marzo de 1625, era hijo de María Estuardo y de Enrique Estuardo de Lennox, lord Darnley, su primo. Jacobo I se casó con Ana de Dinamarca (18.12.1574 – 2.3.1619), matrimonio del que nació Carlos I. Rey de Inglaterra después de Isabel I, anglicano devoto, persiguió por igual a los católicos y a los protestantes de la secta presbiteriana. No obstante, se convirtió a un cierto esoterismo, favoreció secretamente las asambleas rosacrucianas de la taberna de La Sirena de Londres. En 1590 se embarcó rumbo a Scania, al norte de Suecia, para ponerse en contacto con Tycho Brahe en su observatorio de Uranienborg. Tycho Brahe, astrónomo y astrólogo, muy aficionado a la magia, fue el autor del “Calendario mágico” que lleva su nombre.
Al volver de Uranienborg, Jacobo I se detuvo para visitar a Guillermo IV el Sabio, landgrave de Hesse-Cassel, protector de Tycho Brahe y relacionado con los rosacrucianos de la época. De regreso en Inglaterra, publicó su obra capital: Daemonologiae hoc est adversus incantationem sive magia institutio, auctore serenissime potentissimioque principe. Por último, en 1593 creó la Rosa Cruz Real, con treinta y dos caballeros de la Orden de San Andrés del Cardo, fundada en 1314 por Robert Bruce y restablecida por su padre, Jacobo V de Escocia, en 1540.
Convertido en 1603 en rey de Inglaterra a la muerte de Isabel I, reinó sobre Inglaterra y Escocia con el nombre de Jacobo I. Los masones operativos escoceses tendrán desde entonces derecho a elegir a su Gran Maestre, ya que Jacobo I será desde entonces el de los masones operativos ingleses. William Sinclair de Roslin le sucederá en Escocia a la cabeza de las logias operativas.
Carlos I, nacido en Dunferline, Escocia, el 19 de noviembre de 1600 y muerto en Londres el 30 de enero de 1649, hijo de Jacobo I y de Ana de Dinamarca, se casó en 1625 con Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII e hija de Enrique IV. Gran señor, cortés, liberal, dividido entre el catolicismo militante de su esposa y su papel de jefe de la Iglesia anglicana, religión de Estado a partir de Eduardo VIII, Carlos I era un místico. Durante su reinado, en 1645, se constituyó en Londres el Invisible Colegio, nacido de la Rosae Vía de 1610, por obra de Boyle, Locke y sir Wren. Un año más tarde Carlos I envió a Jean Sparow a Alemania a recoger las enseñanzas de Jacob Boehme, pensando en su publicación. El odio de los presbiterianos suscitará la revolución de 1649, y Cromwell le hará decapitar.
Fue también este soberano quien en 1633 ordenó a John Milne, su maestro de obras, construir con la colaboración de John Bartonn, en el jardín del palacio de Holyrod, en Edimburgo, el misterioso “reloj solar” que describe Fulcanelli en sus Demeures philosophales (Omnium littéraire, París, 1960, t. II, p. 161).
En realidad, este icosaedro emblemático de la Gran Obra, vinculado por su decoración no sólo a Carlos I, su esposa Enriqueta de Francia y su joven hijo, el futuro Carlos II, sino también a la Orden de San Andrés del Cardo, revela a la vez la marcha del Sol de los Sabios, el Sello de Sabiduría de los alquimistas (de ahí su exoterismo de reloj solar) y lo que fue en realidad el misterioso Bafomet de los caballeros del Temple. Los de Escocia se habían convertido en la Orden de San Andrés del Cardo el 24 de junio de 1314, tras la victoria de Bannockburn.
Carlos II, primogénito de Carlos I, se convierte en rey de derecho, exiliado con su madre Enriqueta de Francia y su hermana Enriqueta de Inglaterra, futura esposa de Felipe de Orleáns, Monsieur, hermano de Luis XIV. En 1658 muere Cromwell. Al año siguiente el general Monck, jefe del ejército escocés, miembro de la Gran Logia Operativa de Edimburgo como masón aceptado, es hecho caballero de San Andrés. En el seno de la masonería operativa angloescocesa se forma la Orden de los Maestros Escoceses de San Andrés, que agrupa a los partidarios de los Estuardo que han sido recibidos como masones aceptados, núcleo que se mantendrá prácticamente secreto, pero que será el foco del que irradiarán las futuras logias militares de Saint-Germain-en-Laye, bajo Jacobo II. En 1660 Carlos II sube al trono de Inglaterra gracias al golpe de Estado del general Monck. En 1662 asegura la publicación de las obras de Jacob Boehme que se había propuesto su padre. Crea después la Royal Society, derivada del Invisible Colegio.
Jacobo II, su hermano, anteriormente duque de York (un nombre significativo), nació en Londres el 14 de octubre de 1633 y murió en Saint-Germain-en-Laye el 5 de septiembre de 1701. en 1673 se casó con María de Módena. Capturado en 1646 por las tropas de Cromwell, consiguió escapar y huir a Holanda. De 1648 hasta 1600, fecha de la restauración de los Estuardo, vivió en Francia. Nombrado gran almirante, se distinguió en la lucha contra los holandeses, a los cuales arrebató Nueva Amsterdam, bautizada después Nueva York en recuerdo de su victoria. Convertido al catolicismo en 1672, un año antes de su matrimonio con María de Módena (condición impuesta para este matrimonio), se atrajo la hostilidad de los whigs, pero el Parlamento fracasó en sus tentativas de excluirle de la sucesión al trono.
Durante su exilio en Francia, en Saint-Germain-en-Laye, los oficiales y bajos oficiales de los regimientos escoceses e irlandeses que le han seguido fielmente crean las primeras logias militares, fuente de la francmasonería francesa. Será la célebre masonería jacobita o masonería estuardista. En esta pequeña corte, gentileshombres ya afiliados a la Orden de los Maestros Escoceses, constituida en Londres en 1659, fundan, bajo el patronato real, la Orden de San Andrés del Cardo. El ritual, de doble sentido, simboliza la reconstrucción del templo de Jerusalén por Zorobabel (Esdras, 2 y 3), pero también la restauración de los Estuardo.
Ana Estuardo, hija de Jacobo II (entonces duque de York) y de su primera esposa, Ana Hyde, nació en Londres el 6 de febrero de 1665 y murió, también en Londres, el 12 de agosto de 1714. fue reina de Gran Bretaña y de Irlanda de 1702 a 1714. Se había casado en 1683 con el príncipe Jorge de Dinamarca (muerto en 1708). Tuvieron diecisiete hijos, que murieron todos a temprana edad. La sucedió Jorge I de Hannover (1600-1727), rey de facto, que no se interesó por los asuntos de su reino, ignoró la lengua inglesa y vivió en Alemania con la mayor frecuencia que pudo.
Jacobo III Estuardo (Jacobo Francisco Eduardo), llamado el “Caballero de San Jorge”, fue rey de derecho de 1701 a 1766. nacido en Londres el 10 de junio de 1688 y muerto en Roma el 2 de enero de 1766, el papa Clemente XI y el rey Luis XIV de Francia le reconocieron como soberano de Gran Bretaña a la muerte de su padre Jacobo II (1701). En 1719 se casó, en Roma, con la princesa Sobieska. Excluido del trono por el Acta de Establecimiento, siguió siendo pretendiente al mismo, con el apoyo de Francia, y participó formando parte de las filas francesas en la batalla de Malplaquet. Sus partidarios se sublevaron en Escocia, bajo la dirección del conde del Mar. Desembarcó allí en 1715, pero fue rechazado hasta el mar. Dado que el Tratado de Utrecht le impedía residir en Francia, se retiró a Italia, donde se casó, como hemos dicho, con la bella princesa Sobieska. Más tarde la abandonó por la condesa de Inverness, escocesa como él, lo que explica esta separación. Discípulo de Fénelon, del que fue amigo, había heredado la afabilidad y la complacencia de su abuelo Carlos I. Carlos Eduardo, Carlos III, llamado el “Pretendiente”, conde de Albany, nació en Roma el 31 de diciembre de 1720 y murió en Roma el 31 de enero de 1788. Ya desde muy joven demostró excelentes condiciones militares. Con la ayuda francesa desembarcó en Escocia en agosto de 1745. el 17 se septiembre consiguió la victoria sobre las tropas enemigas y se apoderó de Edimburgo. Volvió a vencer a sus adversarios en Prestompans, avanzó hasta Derby y venció una vez más en Falkirk, Escocia, en enero de 1746, pero fue aplastado en Culloden por el duque de Cumberland (16 de abril de 1746), a causa de la indisciplina de algunas de sus tropas. Al quedarle prohibida Francia por la Paz de Aquisgrán, se exilió a Italia bajo el nombre de conde de Albany y se casó en 1772 con la bella condesa de Stolberg, una alemana, hija del príncipe Gustavo Adolfo de Stolberg, que le engañó rápidamente con el poeta Alfieri. Desalentado por sus fracasos, desolado por sus penas conyugales, ese príncipe valiente y caballeroso se dejó arrastrar al etilismo.
Y ahora recapitulemos, a fin de saber quiénes son los descendientes de Robert Bruce, reyes de Escocia o de Inglaterra, que pertenecieron a la francmasonería especulativa de su época como masones aceptados y que, con toda seguridad, ocuparon el cargo de Gran Maestre, que toda logia consideraba un honor ofrecerles, para poder denominarse (como se comprobará más tarde) Logia Real.
En 1874 un masón erudito, el señor de Loucelles, publicó un opósculo titulado Notice historique sur la R.·. L.·. La Bonne Foi, Or.·. de Saint-Germain-en-Laye (desde su primera fundación, en 1718, hasta nuestros días, precedida por un documento importante sobre la masonería inglesa importada a Saint-Germain-en-Laye por Jacobo II en 1689, Saint-Germain, 1874, in 8.o).
En su estudio, basándose probablemente en documentos de archivo y en tradiciones orales conservadas entonces en el seno de esta Logia, que se ha mantenido muy tradicional, a pesar de pertenecer a una obediencia poco favorable, el señor de Loucelles afirma que Jacobo I, Carlos II y Jacobo II fueron Grandes Maestres de la francmasonería operativa.
Señalaremos en favor de esta tradición los hechos especificados a continuación.
En 1672 Carlos II promulgó un edicto concediendo la libertad de conciencia. En 1687 Jacobo II
firmó la Declaración llamada de la indulgencia y, en 1693, promulgó el Edicto de tolerancia.
Recordando el interés prestado por Carlos I a los místicos heterodoxos y su búsqueda de los escritos de Jacob Boehme, se puede considerar como posible su afiliación a la misma francmasonería operativa y su título de Gran Maestre. En cuanto a Jacobo III, no sabemos nada, salvo que al parecer prohibió a su hijo Carlos Estuardo adherirse a ella. Pero como padre e hijo vivían entonces en Roma, como el papa Clemente XII había excomulgado a los francmasones, y sus sucesores pagaban a los Estuardo una pequeña pensión, esa repudiación fue quizá tan sólo aparente.
En el mes de octubre de 1688 su rival Guillermo de Orange publicó en Inglaterra el Edicto de tolerancia para los no conformistas y el Edicto de libertad de conciencia para los católicos. Y en 1692 firmó la Declaración de hostilidad a toda persecución religiosa.
No busquemos más. También él fue miembro de la francmasonería operativa. Y esta tradición continuó, puesto que el uso quiere que los soberanos de Gran Bretaña sean los Grandes Maestres de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Como la reina Isabel II no puede ser iniciada, ya que la Gran Logia se muestra acerbamente opuesta a las “recepciones femeninas”, es el duque de Kent, Eduardo de Windsor, nieto del rey Jorge V, y nacido en 1935, el que asume la gran maestría. Después de él, será el actual príncipe Carlos, heredero de la corona británica, el que asumirá el cargo de Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Sin embargo, en 1985 todavía no estaba iniciado, y ciertos rumores dan a entender que no se siente nada atraído por este cargo, que su abuelo el rey Jorge VI asumió con celo y fidelidad.
Tal vez el lector se asombre ante la pertenencia de los soberanos de Escocia y de Inglaterra a la masonería, primero operativa y luego mixta (operativo-especulativa), mientras que no se señala nada semejante en cuanto a los reyes de Francia.
Se trata sólo de una carencia de documentación histórica, ya sea que la enseñanza estatal, entonces más o menos impregnada de clericalismo, ocultase voluntariamente el detalle, ya sea que los elementos masónicos, bastante inclinados a la izquierda desde finales del siglo XIX, hayan considerado útil el disimularlo. ¿Acaso no se ha presentado a los Estuardo como dominados por la Compañía de Jesús?
De todos modos, hubo reyes de Francia afiliados a la masonería especulativa, incluso, antes que ella, a los gremios, a pesar de la condenación de la Iglesia. En efecto, ya en el siglo XVI, el rey Francisco I se afilió a la corporación de leñadores y carboneros.
En el siglo XVII, que marcó con su largo reino, Luis XIV no siguió el camino de su cuñado y su primo, los reyes Carlos I y Carlos II. Sin embargo, su nieto, el Bien Amado, no desdeñó ser recibido en la francmasonería de su tiempo. El historiador Pierre Chevalier22 ha encontrado en nuestra época documentos que lo demuestran (cf. Les ducs sous l’Acacia). Pero mucho antes poseíamos ya el eco de las logias, que lo confirman.
“Resulta singular comprobar, por otra parte –escribe G. Bord23 en su libro La Franc- Maçonnerie en France-, la actitud de la F.·. M.·. frente a la persona del rey. Leyendo sus panegíricos, se creería que fue ella quien le dio el sobrenombre de Bien Amado. Le considera el mejor, el más virtuoso de los príncipes; bajo su reinado, se ve renacer la edad de oro”.
Y en verdad, los cantos masónicos de la época lo alaban sin medida:
Bajo el augusto Luis, cuyas virtudes
corona el amor más tierno, todo puede esperarse.
En él la humanidad, prodigando sus tesoros,
abre, por el Espíritu Santo, la entrada en el siglo de oro.
Esta cantata figura en Morphée Franc-Maçon, ediciones de Jérusalem MDCCLII, en la página 91. precisemos, en honor de los antimasones y antisemitas, que esta Jerusalén no es otra que París.
La Biblioteca Sainte-Geneviève, antiguamente de los Génovéfains, conserva los papeles del abate Pingré, masón militante (cota 2.484). Cuando Luis XV pone la primera piedra de la iglesia Sainte- Geneviève-du-Mont, convertida más tarde en el Panteón, el abate Pingré compone este cuarteto en su honor:
Cuando, cetro en mano, Luis dicta sus leyes,
un francés ve en su amo a un tierno padre;
si, para fundar un templo, toma en mano la escuadra, un masón ve en su hermano al más grande de los reyes. Viene después una poesía en latín, de la que damos la traducción. Pone bien de relieve la cualidad masónica de Luis XV, que el abate Pingré subraya intencionadamente:
“¡Oh, vos, por quien nuestro Arte verdaderamente Real debe, tras haber disipado las tinieblas, irradiar una luz siempre nueva sobre la posteridad más remota, vivid largo tiempo, y que vuestros años multiplicados estén siempre marcados con el sello de la felicidad! Vivid para vuestros pueblos; no pueden ser felices sin vos. Al afirmar los tratados de una paz deseada, hacéis florecer las ciencias; las artes no sólo imitan, sino que superan a la naturaleza; el comerciante, seguro bajo vuestros auspicios, vuela sin temor a los extremos del universo. Gracias a vos, la religión conserva todo su esplendor; bajo vuestras leyes, Themis ajusta todo a los pesos de una balanza firme y equitativa; la piedad y la fe se atreven a mostrar su frente augusta; una justa venganza es el precio de ciertos crímenes. ¡Oh, el mejor de los reyes, por quien los franceses ven renacer el siglo de oro! Ojalá pudierais vivir feliz durante un número de siglos igual al de los cañones que los masones han disparado en vuestro honor en toda la extensión del universo, al de los elogios que la reunión de todas las virtudes os ha merecido, al de los ciudadanos cuya tranquilidad está necesariamente unida a la conservación del verdadero Padre de la Patria” (op. cit.).
Recordemos que la expresión “disparar cañones” significa, en el lenguaje de las logias masónicas, heredado de las logias militares, hacer brindis en honor de una personalidad, de un Estado, etcétera.
Esta poesía más que laudatoria va precedida por la siguiente dedicatoria: Ludovico dilectissimo lapidem ad normam exigenti; es decir: “A Luis el Bien Amado, piedra angular de las leyes”.
También aquí el lenguaje masónico “de palabras encubiertas” resulta evidente.
Albert Lantoine ha hecho justicia con respecto a la alegación de Bord, quien en una nota atribuida al cardenal Fleury, primer ministro, nota redactada a lápiz, creyó leer: “El rey no quiere que nos reunamos”. En realidad, escrutada por un especialista, la nota carece por completo de sentido, es indescifrable. En 1737 las molestias policíacas suscitadas por ciertos funcionarios celosos tropezaron con el hecho de que la francmasonería tenía entonces como Gran Maestre a Louis de Pardaillan de Gondrin, duque de Antin. Y cuando el teniente de policía Hérault pretendió penetrar en la logia reunida en la Râpée y que presidía el duque de Antin, a fin de prohibir la tenida, el duque echó mano a la espada, y Hérault tuvo que batirse en retirada. Se cuenta que Luis XV comentó: “Si Antin se obstina en tener logia, le enviaré a tenerla en la Bastilla”. Antin se obstinó, y no le sucedió nada. El rey sólo estaba bromeando.
Su sucesor fue Luis de Borbón-Condé, conde de Clermont, príncipe de sangre real y nieto de Luis XIV. Con él, la francmasonería francesa no tuyo ya nada que temer, y el modo en que se desarrolló muestra con claridad que ninguna medida grave de policía se opuso a ese desarrollo. Volviendo a Luis XV, podemos precisar que recibió los tres grados masónicos durante la misma velada, evidentemente sin pasar por las pruebas rituales, en la logia La Chambre du Roi, logia que agrupaba a los gentileshombres nombrados para un oficio y que formaba el servidio del mismo nombre. Y cuando Luis XV ennobleció a Voltaire, nombrándole “gentilhombre ordinario de la Cámara del Rey”, el filósofo, historiógrafo del rey, y miembro de la Academia francesa, frecuentó con toda certeza esa logia, antes de la tumultuosa recepción del 7 de abril de 1778 en la logia Les Neuf Soeurs, donde se limitaron a entregarle el mandil masónico de Helvecio. Lo que demuestra que se trataba de una trivial afiliación.
Luis XV fue un rey muy calumniado. Los jesuitas, a los que expulsó de su reino, tuvieron su parte de culpa en aquella época. Era muy liberal, y aunque al ser muy piadoso comía de vigilia todos los viernes, toleraba que Madame de Pompadour y el primer ministro, el duque de Choiseul, comieran carne en su mesa, sin preocuparse de lo que pensara la Iglesia. cUando el filósofo Claudio Adrián Helvecio incurrió en las iras de Roma a causa de su libro Sobre el Espíritu (1758), libro quemado en la plaza pública, el rey le libró del encarcelamiento y de las persecuciones. Helvecio era masón, y Luis XV no lo ignnoraba. Más tarde, en 1766, Jean-François Lefebvre, caballero de La Barre, que tenía diecisiete años, afeitó, en estado de embriaguez y al volver de la caza, el bigote y la barba de un Cristo de madera colocado a la entrada de Abbeville. El tribunal de la ciudad le condenó a que se le cortase la mano derecha, que sería quemada luego en fuego de azufre, a que se le arrancase la lengua, a que se le aplicasen tenazas al rojo y se le quemase vivo, tras haber sufrido la tortura ordinaria y la extraordinaria (los borceguíes). De La Barre apeló al Parlamento de París, pero ya el rey había decidido que sería decapitado previamente.
Luis XV había suprimido ya las galeras en 1748, horrorizado ante su régimen inhumano. Sustituyó esta pena por los trabajos forzados portuarios. Los condenados no llevaban más que la cadena y la bola sujeta a un pie, y colaboraban en las obras de los puertos y los arsenales. Los que se distinguían por su buena conducta podían ir a trabajar a la ciudad y amasar un peculio. El rey pensó también en establecer la igualdad de todos los franceses ante el impuesto.Todo el mundo se puso en su contra, desde el campesinado (que se negaba a hacer el servicio militar, cosa que implicaba la medida) hasta la burguesía, la nobleza y el clero. Por consiguiente, no se puede negar que, si el rey frecuentaba su logia madre, recibió al menos de ellas unas normas de comportamiento.
Este rey masón era muy lúcido. En una carta a su tía, la Princesa Palatina escribe: “El espíritu de los filósofos lo desorganiza todo; compadezco a mis sucesores; después de mí, el diluvio lo arrasará todo”.
Y también muy humano; la noche de la batalla de Fonenoy, el 11 de marzo de 1745, dijo dirigiéndose al joven delfín: “Hijo mío, ved toda la sangre que cuesta una victoria. La sangre de nuestros enemigos es también sangre humana. La verdadera gloria está en preservarla”.
En una carta del 8 de mayo de 1763 a uno de sus agentes secretos, declara: “Un rey no se sirve jamás de la palabra “odiar” con sus súbditos” (Correspondences secrètes).
Y en una carta del 31 de agosto de 1746, dirigida al mariscal de Noailles, hizo esta declaración que nadie imaginaría en una pluma real de la época: “Señor mariscal, la voz del pueblo es la voz de Dios ...”
¿Cómo no admitir que el espíritu de la francmasonería lo impregnó a su pesar, al contacto con sus “hermanos”, los oficiales de la Chambre du Roi?
Mucho más tarde, después de la subida al trono de Luis XVI, a la muerte de Luis XV (1774), el Grande Oriente de Francia funda al oriente de la corte, según la expresión ritual, la logia militar de los Trois Frères Unis, cuyos fuegos se encendieron el 1o de agosto de 1775. Dicha logia agrupa oficialmente a los guardias de corps del rey, o de Monsieur, conde de Provenza (el futuro Luis XVIII), o de monseñor el conde de Artois (el futuro Carlos X), a los oficiales, a los suizos de la guardia, a los funcionarios del despacho de la guerra, a los gendarmes del rey a los oficiales de la caballería ligera. Dado que se compone exclusivamente de masones vinculados por sus funciones a la familia real, pide que se le conceda el título que llevaban las de Jacobo II en Saint-Germain-en- Laye, es decir, Logia Real. El Grande Oriente se niega, pero no puede rechazar la denominación al oriente de la corte, puesto que los Hermanos están obligados a seguir a ésta cuando abandona Versalles.
Si, como se pretende, Luis XVI fue recibido como masón en este taller, muy brevemente, en una sola tenida (como Luis XV), eso justificaría que los convencionales (todos ellos masones) diesen al joven delfín, el futuro Luis XVII, el sobrenombre de “lobezno”. Este término, que proviene directamente de la antigua masonería operativa (la loba es uno de los útiles de los antiguos canteros), designa a los hijos de los Maestros masones.
Por otra parte, cuando Luis XVI se dirigió espontáneamente al Hôtel de Ville de París, el 17 de julio de 1789, tres días después de la toma de la Bastilla, para aceptar la escarapela tricolor en lugar de la blanca habitual, le esperaba una doble fila de gentileshombres. Todos eran sin la menor duda masones, ya que, a una breve señal, desenvainaron las espadas y formaron la muy masónica “bóveda de acero” para acoger al soberano, recordatorio discreto de la calidad que había recibido catorce años antes y que le imponía deberes, al tiempo que infundía respeto por su persona real. Los miembros del tribunal revolucionario le concedían, a pesar de todo, el privilegio de ir en carroza hasta el lugar de su ejecución, el 21 de enero de 1793.  En lo que respecta a Luis XVIII, ex conde de Provenza, el historiador y masón F.T. Clavel, en su Histoirde pittoresque de la Francmaçonnerie (París, 1843), dice así:
“Luis era demasiado magnánimo para prestar oído a las calumnias de que se hacía objeto a la masonería. Lejos de eso, aplaudió nuestros nobles trabajos y permitió que una medalla diese constancia del acontecimiento y perpetuase su memoria. Admitido anteriormente al conocimiento de nuestros misterios, había apreciado sus medios y su finalidad” (op. cit.)
Clavel pronuncia estas palabras el 3 de noviembre de 1824, en la logia escocesa Emeth, durante la tenida solemne en el curso de la cual se pronunció el elogio fúnebre de Luis XVIII y se celebró el advenimiento de Carlos X. Después de la batería de duelo y el triple grito de lamentación ritual, continuó:
“Carlos X penetró en otro tiempo en el santuario de nuestros templos. La luz de la iniciación brilló ante sus ojos. El grande y noble objetivo que nos reúne se desarrolló en su espíritu. Por lo tanto, ¿cómo podría dejar de protegernos? Veo ya en un porvenir muy próximo que la masonería recobrará, bajo su poderoso protectorado, todo su antiguo esplendor. En vano se pretende achacarle el propósito de abolir nuestra generosa Orden. La mera suposición sería una injuria ... Son nuestros enemigos, los malvados, los que suscitan en nosotros esos temores. Su tentativa fracasará ...”
Sin embargo, el 13 de marzo de 1825, el papa León XII publica la constitución apostólica “Quo graviora”, en la cual repite las condenaciones precedentes pronunciadas contra todas las sociedades secretas.
Esta vez la excomunión tendrá pleno efecto, ya que el Concordato de 1801, firmado por Napoleón I y el papa Pío VII, da a Roma plenos poderes sobre la Iglesia de Francia, lo que nunca le había reconocido la antigua monarquía. Además, si bien Carlos X había promulgado al comienzo de su reinado medidas liberales (en particular, la abolición de la censura de los periódicos), se había visto desbordado muy rápidamente por los ultras. Y su amante muy querida, la señora de Polastron, le había suplicado y hecho prometer en su lecho de muerte que compensaría sus calaveradas juveniles mediante una vida ejemplar. Forzado por esta promesa a la cabecera de la moribunda, Carlos X olvidó el juramento masónico del conde de Artois.
Puede decirse que la cadena que, de Jacobo I de Inglaterra a Carlos X de Francia, había unido a todos esos primos de sangre, para convertirlos en hermanos por el compás y la escuadra, se había roto ante la tumba de la señora de Polastron Los lazos entre Francia y Escocia se remontan a muy lejos, a la Guerra de los Cien Años. Ya Luis XI se había casado en 1436 con Margarita de Escocia, hija de Jacobo I de Escocia. La princesa tenía entonces once años. Totalmente abandonada por Luis, entonces simple delfín, protegió al escritor Alain Chartier y murió oscuramente a los veinte años. Más tarde veremos a Luis XIII convertirse en cuñado de Carlos I. Luis XIV será primo carnal de Carlos II y de su hermano, el futuro Jacobo II. Luis XV será, pues, primo de Jacobo III, llamado el “Caballero de San Jorge”. Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X lo serán de Carlos III, el “Pretendiente”. Sólo la subida al trono de Inglaterra de la Casa de Hannover romperá esos lazos familiares. No obstante, la francmasonería tradicionalista y apolítica (el Grande Oriente) continuará sus trabajos, con grandes nombres a su cabeza. Y la muerte del duque de Berry, hijo de Carlos X, miembro de la logia La Trinité, asesinado por Louvel, será llorada de manera grandiosa en numerosas logias del Grande Oriente de Francia. Sin esta muerte, los franceses hubieran tenido un rey masón más.

Pero esta tradición, aún siendo ligeramente errónea, tiene su valor, ya que nos aporta un primer testimonio sobre los soberanos que, mucho antes que los reyes franceses Luis XV, Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X, no desdeñaron recibir la iniciación masónica. Volviendo a Escocia e Inglaterra, cuna de la masonería actual, es importante estudiar rápidamente a los reyes Estuardo de los siglos XVII y XVIII, sobre los cuales se han transmitido un buen número de errores.

Descendientes de Alan Fitzfiaald, vikingo muerto en 1114, uno de ellos tomó el nombre de su función, Stewart, que designaba entonces, en el seno de la nobleza, el cargo de senescal. La forma francesa Stuart fue adoptada en 1562 por María Estuardo a su regreso a Escocia. El descendiente de Alan Fitzfiaald que tomó el nombre de su cargo se llamaba Walter Estuardo. Fue compañero de armas del rey de Escocia Robert Bruce y se distinguió en la batalla de Bannockburn, que tuvo lugar el 24 de junio de 1314, donde fue vencido Eduardo II, rey de Inglaterra y yerno de Felipe el Hermoso. Walter Estuardo se casó al año siguiente con Marjorie, hija de Robert Bruce, y sucedió a éste como soberano de Escocia. Robert Bruce descendía de un homónimo, Robert de Bruis, alias Bruce –del nombre de una tierra situada cerca de Cherburgo- compañero de Guillermo el Conquistador. Su biznieto se casó (antes de 1245) con Isabel, sobrina del rey de Escocia Guillermo el León, cuyo sobrenombre se perpetúa en el blasón de Escocia: “De oro, con león de oro en un trechor de lo mismo”. Llegamos así al siglo XVIII. Pero antes hemos de señalar un pequeño hecho, que quizá tenga su importancia.

En 1614 se imprimió un manifiesto célebre, la Fama Fraternitatis de los rosacrucianos, que afirmaban ser “Rosa Cruces”. Entre ellos figura un nombre, el de Johannes Valentinus Andrae, nacido en Herrenberg en 1586, de una familia de pastores. Ahora bien, Valentín Andrae no es noble pero, como todo plebeyo al que su profesión o cultura eleva por encima de las masas, posee un blasón. Porta como armas las de los Estuardo de Lennox: “De plata, con sotuer de gules, acompañado de cuatro rosas de lo mismo”. Y los Estuardo de Lennox descienden igualmente de los Plantagenet. ¿Por qué privilegio se le permite a Valentín Andrae arbolar este blasón? El lector sagaz y perteneciente a la masonería de tradición no dejará de observar que las armas de los Estuardo de Lennox aparecen en el mandil masónico de los Maestros Escoceses del Early Grand Scottish Rite (Rito Escocés Primitivo), y que este grado se convirtió después en el del Caballero Rosa Cruz. Enigmas de un pasado que conserva su secreto ...21

Se impone aquí una digresión sobre las relaciones, muy estrechas, entre los Estuardo y la francmasonería operativa de su época. Nada más normal que el hecho de que algunos soberanos hayan sido recibidos y elevados al cargo supremo de Gran Maestre. Pero cuando los representantes actuales de la francmasonería que se llama a sí misma “escocesa” rechazan toda posibilidad de iniciaciones femeninas, el historiador sincero tiene el deber de protestar.

La Guilda de los Carpinteros de Norwich, que data de 1375, guilda a la que pertenecían también los albañiles de York, recuerda que: “Todos los años, el sábado siguiente a la Ascensión, los Hermanos y las Hermanas se reunirán en un lugar determinado para recitar oraciones en honor de la Santa Trinidad y a favor de la Santa Iglesia, por la paz y la unión del país y por el reposo del alma de los difuntos, no sólo los Hermanos y las Hermanas, sino también los amigos y todos los cristianos [...] Si muere algún miembro de la guilda, sus Hermanos y Hermanas deben rezar por él y hacer celebrar una misa por el reposo de su alma”.

Y eso no es todo.

En los archivos de la York Lodge número 236, que perteneció a la antigua Gran Logia de toda Inglaterra, al oriente de York y de origen inmemorial, hay un manuscrito de 1693, transcrito en un pergamino y ligeramente mutilado. Por él nos enteramos de que durante una recepción en el siglo XVII: “Uno de los antiguos toma el Libro, y aquel o aquella que debe ser hecho masón posa las manos sobre el Libro y entonces le son dadas las instrucciones”. (cf. Revue Hiram, mayo y julio de 1908, artículo de Teder. La copia está certificada conforme por el señor Isaac Brent, Vigilante de la misma logia de York, William Crowling, Maestro Consumado y Tesorero, y Ralph L. Davison, Maestro Consumado, con fecha 13 de marzo de 1870).

Otro dato viene a contradecir la exagerada misoginia de ciertas obediencias masónicas. Hay un gran nombre femenino entre los de esos “constructores de catedrales” de los que tantos se glorian de descender, el de Sabine de Pierrefonds, hija de Hervé de Pierrefonds, más conocido por la forma germánica de su nombre, Erwin de Steinbach, que le fue dado por su participación en la construcción de la catedral de Estrasburgo. Sabine esculpió algunas de las estatuas de Notre Dame de París (fue Charles Gérard quien encontró el verdadero nombre de esta familia de masones). Claro que obras como catedrales, que duraron tres o cuatro siglos, necesitaron más de un maestro de obras, y es muy probable que Sabine de Pierrefonds no fuese la única mujer que trabajase en esas obras.

Por otra parte, entre las posibles recepciones femeninas, tal como las relatan los antiguos Deberes medievales, se puede pensar en las de las esposas de los Maestros, ya que esos reglamentos mencionan invariablemente a los dos:

“No revelaréis los secretos o los proyectos de vuestro Maestro o de vuestra Maestra ...” (cf.

Antiguas Constituciones de los masones francos y aceptados, tomadas de un manuscrito escrito hace quinientos años, por J. Roberts, Warwick-Lane, 1722, Reglamento de los Aprendices, 1, 4, 5, 7).

Su publicación es evidentemente anterior a la de las Constituciones de Anderson, y resultan más de fiar en cuanto al documento reproducido, su antigüedad y su unidad, puesto que Anderson hizo una 
síntesis de diversos documentos, mientras que aquí nos hallamos en presencia de un texto único y completo.

Y en lo que respecta a la Maestra evocada, se puede admitir que Sabine de Pierrefonds, escultora de estatuas, tuvo a su vez que formar Aprendices y Compañeros. Pronto veremos que esta iniciación femenina a la francmasonería aceptada se extendió a una soberana, en lugar de un soberano. Pensamos en la reina Ana Estuardo, hija de Jacobo II, que reinó de 1702 a 1714.

Veamos, pues, esos reyes francmasones de los siglos XVI y XVII, que reinaron sobre toda Inglaterra, ya que eran también reyes de Escocia y de Irlanda.

Jacobo I (Jacobo VI de Escocia), nacido en Edimburgo el 19 de junio de 1566 (30 de junio en el calendario gregoriano), muerto en Theobald Park el 27 de marzo de 1625, era hijo de María Estuardo y de Enrique Estuardo de Lennox, lord Darnley, su primo. Jacobo I se casó con Ana de Dinamarca (18.12.1574 – 2.3.1619), matrimonio del que nació Carlos I. Rey de Inglaterra después de Isabel I, anglicano devoto, persiguió por igual a los católicos y a los protestantes de la secta presbiteriana. No obstante, se convirtió a un cierto esoterismo, favoreció secretamente las asambleas rosacrucianas de la taberna de La Sirena de Londres. En 1590 se embarcó rumbo a Scania, al norte de Suecia, para ponerse en contacto con Tycho Brahe en su observatorio de Uranienborg. Tycho Brahe, astrónomo y astrólogo, muy aficionado a la magia, fue el autor del “Calendario mágico” que lleva su nombre.

Al volver de Uranienborg, Jacobo I se detuvo para visitar a Guillermo IV el Sabio, landgrave de Hesse-Cassel, protector de Tycho Brahe y relacionado con los rosacrucianos de la época. De regreso en Inglaterra, publicó su obra capital: Daemonologiae hoc est adversus incantationem sive magia institutio, auctore serenissime potentissimioque principe. Por último, en 1593 creó la Rosa Cruz Real, con treinta y dos caballeros de la Orden de San Andrés del Cardo, fundada en 1314 por Robert Bruce y restablecida por su padre, Jacobo V de Escocia, en 1540.

Convertido en 1603 en rey de Inglaterra a la muerte de Isabel I, reinó sobre Inglaterra y Escocia con el nombre de Jacobo I. Los masones operativos escoceses tendrán desde entonces derecho a elegir a su Gran Maestre, ya que Jacobo I será desde entonces el de los masones operativos ingleses. William Sinclair de Roslin le sucederá en Escocia a la cabeza de las logias operativas.

Carlos I, nacido en Dunferline, Escocia, el 19 de noviembre de 1600 y muerto en Londres el 30 de enero de 1649, hijo de Jacobo I y de Ana de Dinamarca, se casó en 1625 con Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII e hija de Enrique IV. Gran señor, cortés, liberal, dividido entre el catolicismo militante de su esposa y su papel de jefe de la Iglesia anglicana, religión de Estado a partir de Eduardo VIII, Carlos I era un místico. Durante su reinado, en 1645, se constituyó en Londres el Invisible Colegio, nacido de la Rosae Vía de 1610, por obra de Boyle, Locke y sir Wren. Un año más tarde Carlos I envió a Jean Sparow a Alemania a recoger las enseñanzas de Jacob Boehme, pensando en su publicación. El odio de los presbiterianos suscitará la revolución de 1649, y Cromwell le hará decapitar.

Fue también este soberano quien en 1633 ordenó a John Milne, su maestro de obras, construir con la colaboración de John Bartonn, en el jardín del palacio de Holyrod, en Edimburgo, el misterioso “reloj solar” que describe Fulcanelli en sus Demeures philosophales (Omnium littéraire, París, 1960, t. II, p. 161).

En realidad, este icosaedro emblemático de la Gran Obra, vinculado por su decoración no sólo a Carlos I, su esposa Enriqueta de Francia y su joven hijo, el futuro Carlos II, sino también a la Orden de San Andrés del Cardo, revela a la vez la marcha del Sol de los Sabios, el Sello de Sabiduría de los alquimistas (de ahí su exoterismo de reloj solar) y lo que fue en realidad el misterioso Bafomet de los caballeros del Temple. Los de Escocia se habían convertido en la Orden de San Andrés del Cardo el 24 de junio de 1314, tras la victoria de Bannockburn.

Carlos II, primogénito de Carlos I, se convierte en rey de derecho, exiliado con su madre Enriqueta de Francia y su hermana Enriqueta de Inglaterra, futura esposa de Felipe de Orleáns, Monsieur, hermano de Luis XIV. En 1658 muere Cromwell. Al año siguiente el general Monck, jefe del ejército escocés, miembro de la Gran Logia Operativa de Edimburgo como masón aceptado, es hecho caballero de San Andrés. En el seno de la masonería operativa angloescocesa se forma la Orden de los Maestros Escoceses de San Andrés, que agrupa a los partidarios de los Estuardo que han sido recibidos como masones aceptados, núcleo que se mantendrá prácticamente secreto, pero que será el foco del que irradiarán las futuras logias militares de Saint-Germain-en-Laye, bajo Jacobo II. En 1660 Carlos II sube al trono de Inglaterra gracias al golpe de Estado del general Monck. En 1662 asegura la publicación de las obras de Jacob Boehme que se había propuesto su padre. Crea después la Royal Society, derivada del Invisible Colegio.

Jacobo II, su hermano, anteriormente duque de York (un nombre significativo), nació en Londres el 14 de octubre de 1633 y murió en Saint-Germain-en-Laye el 5 de septiembre de 1701. en 1673 se casó con María de Módena. Capturado en 1646 por las tropas de Cromwell, consiguió escapar y huir a Holanda. De 1648 hasta 1600, fecha de la restauración de los Estuardo, vivió en Francia. Nombrado gran almirante, se distinguió en la lucha contra los holandeses, a los cuales arrebató Nueva Amsterdam, bautizada después Nueva York en recuerdo de su victoria. Convertido al catolicismo en 1672, un año antes de su matrimonio con María de Módena (condición impuesta para este matrimonio), se atrajo la hostilidad de los whigs, pero el Parlamento fracasó en sus tentativas de excluirle de la sucesión al trono.

Durante su exilio en Francia, en Saint-Germain-en-Laye, los oficiales y bajos oficiales de los regimientos escoceses e irlandeses que le han seguido fielmente crean las primeras logias militares, fuente de la francmasonería francesa. Será la célebre masonería jacobita o masonería estuardista. En esta pequeña corte, gentileshombres ya afiliados a la Orden de los Maestros Escoceses, constituida en Londres en 1659, fundan, bajo el patronato real, la Orden de San Andrés del Cardo. El ritual, de doble sentido, simboliza la reconstrucción del templo de Jerusalén por Zorobabel (Esdras, 2 y 3), pero también la restauración de los Estuardo.

Ana Estuardo, hija de Jacobo II (entonces duque de York) y de su primera esposa, Ana Hyde, nació en Londres el 6 de febrero de 1665 y murió, también en Londres, el 12 de agosto de 1714. fue reina de Gran Bretaña y de Irlanda de 1702 a 1714. Se había casado en 1683 con el príncipe Jorge de Dinamarca (muerto en 1708). Tuvieron diecisiete hijos, que murieron todos a temprana edad. La sucedió Jorge I de Hannover (1600-1727), rey de facto, que no se interesó por los asuntos de su reino, ignoró la lengua inglesa y vivió en Alemania con la mayor frecuencia que pudo.

Jacobo III Estuardo (Jacobo Francisco Eduardo), llamado el “Caballero de San Jorge”, fue rey de derecho de 1701 a 1766. nacido en Londres el 10 de junio de 1688 y muerto en Roma el 2 de enero de 1766, el papa Clemente XI y el rey Luis XIV de Francia le reconocieron como soberano de Gran Bretaña a la muerte de su padre Jacobo II (1701). En 1719 se casó, en Roma, con la princesa Sobieska. Excluido del trono por el Acta de Establecimiento, siguió siendo pretendiente al mismo, con el apoyo de Francia, y participó formando parte de las filas francesas en la batalla de Malplaquet. Sus partidarios se sublevaron en Escocia, bajo la dirección del conde del Mar. Desembarcó allí en 1715, pero fue rechazado hasta el mar. Dado que el Tratado de Utrecht le impedía residir en Francia, se retiró a Italia, donde se casó, como hemos dicho, con la bella princesa Sobieska. Más tarde la abandonó por la condesa de Inverness, escocesa como él, lo que explica esta separación. Discípulo de Fénelon, del que fue amigo, había heredado la afabilidad y la complacencia de su abuelo Carlos I. Carlos Eduardo, Carlos III, llamado el “Pretendiente”, conde de Albany, nació en Roma el 31 de diciembre de 1720 y murió en Roma el 31 de enero de 1788. Ya desde muy joven demostró excelentes condiciones militares. Con la ayuda francesa desembarcó en Escocia en agosto de 1745. el 17 se septiembre consiguió la victoria sobre las tropas enemigas y se apoderó de Edimburgo. Volvió a vencer a sus adversarios en Prestompans, avanzó hasta Derby y venció una vez más en Falkirk, Escocia, en enero de 1746, pero fue aplastado en Culloden por el duque de Cumberland (16 de abril de 1746), a causa de la indisciplina de algunas de sus tropas. Al quedarle prohibida Francia por la Paz de Aquisgrán, se exilió a Italia bajo el nombre de conde de Albany y se casó en 1772 con la bella condesa de Stolberg, una alemana, hija del príncipe Gustavo Adolfo de Stolberg, que le engañó rápidamente con el poeta Alfieri. Desalentado por sus fracasos, desolado por sus penas conyugales, ese príncipe valiente y caballeroso se dejó arrastrar al etilismo.

Y ahora recapitulemos, a fin de saber quiénes son los descendientes de Robert Bruce, reyes de Escocia o de Inglaterra, que pertenecieron a la francmasonería especulativa de su época como masones aceptados y que, con toda seguridad, ocuparon el cargo de Gran Maestre, que toda logia consideraba un honor ofrecerles, para poder denominarse (como se comprobará más tarde) Logia Real.

En 1874 un masón erudito, el señor de Loucelles, publicó un opósculo titulado Notice historique sur la R.·. L.·. La Bonne Foi, Or.·. de Saint-Germain-en-Laye (desde su primera fundación, en 1718, hasta nuestros días, precedida por un documento importante sobre la masonería inglesa importada a Saint-Germain-en-Laye por Jacobo II en 1689, Saint-Germain, 1874, in 8.o).

En su estudio, basándose probablemente en documentos de archivo y en tradiciones orales conservadas entonces en el seno de esta Logia, que se ha mantenido muy tradicional, a pesar de pertenecer a una obediencia poco favorable, el señor de Loucelles afirma que Jacobo I, Carlos II y Jacobo II fueron Grandes Maestres de la francmasonería operativa.

Señalaremos en favor de esta tradición los hechos especificados a continuación.

En 1672 Carlos II promulgó un edicto concediendo la libertad de conciencia. En 1687 Jacobo II firmó la Declaración llamada de la indulgencia y, en 1693, promulgó el Edicto de tolerancia.

Recordando el interés prestado por Carlos I a los místicos heterodoxos y su búsqueda de los escritos de Jacob Boehme, se puede considerar como posible su afiliación a la misma francmasonería operativa y su título de Gran Maestre. En cuanto a Jacobo III, no sabemos nada, salvo que al parecer prohibió a su hijo Carlos Estuardo adherirse a ella. Pero como padre e hijo vivían entonces en Roma, como el papa Clemente XII había excomulgado a los francmasones, y sus sucesores pagaban a los Estuardo una pequeña pensión, esa repudiación fue quizá tan sólo aparente.

En el mes de octubre de 1688 su rival Guillermo de Orange publicó en Inglaterra el Edicto de tolerancia para los no conformistas y el Edicto de libertad de conciencia para los católicos. Y en 1692 firmó la Declaración de hostilidad a toda persecución religiosa.

No busquemos más. También él fue miembro de la francmasonería operativa. Y esta tradición continuó, puesto que el uso quiere que los soberanos de Gran Bretaña sean los Grandes Maestres de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Como la reina Isabel II no puede ser iniciada, ya que la Gran Logia se muestra acerbamente opuesta a las “recepciones femeninas”, es el duque de Kent, Eduardo de Windsor, nieto del rey Jorge V, y nacido en 1935, el que asume la gran maestría. Después de él, será el actual príncipe Carlos, heredero de la corona británica, el que asumirá el cargo de Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra. Sin embargo, en 1985 todavía no estaba iniciado, y ciertos rumores dan a entender que no se siente nada atraído por este cargo, que su abuelo el rey Jorge VI asumió con celo y fidelidad.

Tal vez el lector se asombre ante la pertenencia de los soberanos de Escocia y de Inglaterra a la masonería, primero operativa y luego mixta (operativo-especulativa), mientras que no se señala nada semejante en cuanto a los reyes de Francia.

Se trata sólo de una carencia de documentación histórica, ya sea que la enseñanza estatal, entonces más o menos impregnada de clericalismo, ocultase voluntariamente el detalle, ya sea que los elementos masónicos, bastante inclinados a la izquierda desde finales del siglo XIX, hayan considerado útil el disimularlo. ¿Acaso no se ha presentado a los Estuardo como dominados por la Compañía de Jesús?

De todos modos, hubo reyes de Francia afiliados a la masonería especulativa, incluso, antes que ella, a los gremios, a pesar de la condenación de la Iglesia. En efecto, ya en el siglo XVI, el rey Francisco I se afilió a la corporación de leñadores y carboneros.

En el siglo XVII, que marcó con su largo reino, Luis XIV no siguió el camino de su cuñado y su primo, los reyes Carlos I y Carlos II. Sin embargo, su nieto, el Bien Amado, no desdeñó ser recibido en la francmasonería de su tiempo. El historiador Pierre Chevalier22 ha encontrado en nuestra época documentos que lo demuestran (cf. Les ducs sous l’Acacia). Pero mucho antes poseíamos ya el eco de las logias, que lo confirman.

“Resulta singular comprobar, por otra parte –escribe G. Bord23 en su libro La Franc- Maçonnerie en France-, la actitud de la F.·. M.·. frente a la persona del rey. Leyendo sus panegíricos, se creería que fue ella quien le dio el sobrenombre de Bien Amado. Le considera el mejor, el más virtuoso de los príncipes; bajo su reinado, se ve renacer la edad de oro”.

Y en verdad, los cantos masónicos de la época lo alaban sin medida:

Bajo el augusto Luis, cuyas virtudes
corona el amor más tierno, todo puede esperarse.
En él la humanidad, prodigando sus tesoros,
abre, por el Espíritu Santo, la entrada en el siglo de oro.

Esta cantata figura en Morphée Franc-Maçon, ediciones de Jérusalem MDCCLII, en la página 91. precisemos, en honor de los antimasones y antisemitas, que esta Jerusalén no es otra que París.

La Biblioteca Sainte-Geneviève, antiguamente de los Génovéfains, conserva los papeles del abate Pingré, masón militante (cota 2.484). Cuando Luis XV pone la primera piedra de la iglesia Sainte- Geneviève-du-Mont, convertida más tarde en el Panteón, el abate Pingré compone este cuarteto en su honor:

Cuando, cetro en mano, Luis dicta sus leyes, un francés ve en su amo a un tierno padre; si, para fundar un templo, toma en mano la escuadra, un masón ve en su hermano al más grande de los reyes. Viene después una poesía en latín, de la que damos la traducción. Pone bien de relieve la cualidad masónica de Luis XV, que el abate Pingré subraya intencionadamente:

“¡Oh, vos, por quien nuestro Arte verdaderamente Real debe, tras haber disipado las tinieblas, irradiar una luz siempre nueva sobre la posteridad más remota, vivid largo tiempo, y que vuestros años multiplicados estén siempre marcados con el sello de la felicidad! Vivid para vuestros pueblos; no pueden ser felices sin vos. Al afirmar los tratados de una paz deseada, hacéis florecer las ciencias; las artes no sólo imitan, sino que superan a la naturaleza; el comerciante, seguro bajo vuestros auspicios, vuela sin temor a los extremos del universo. Gracias a vos, la religión conserva todo su esplendor; bajo vuestras leyes, Themis ajusta todo a los pesos de una balanza firme y equitativa; la piedad y la fe se atreven a mostrar su frente augusta; una justa venganza es el precio de ciertos crímenes. ¡Oh, el mejor de los reyes, por quien los franceses ven renacer el siglo de oro! Ojalá pudierais vivir feliz durante un número de siglos igual al de los cañones que los masones han disparado en vuestro honor en toda la extensión del universo, al de los elogios que la reunión de todas las virtudes os ha merecido, al de los ciudadanos cuya tranquilidad está necesariamente unida a la conservación del verdadero Padre de la Patria” (op. cit.).

Recordemos que la expresión “disparar cañones” significa, en el lenguaje de las logias masónicas, heredado de las logias militares, hacer brindis en honor de una personalidad, de un Estado, etcétera.

Esta poesía más que laudatoria va precedida por la siguiente dedicatoria: Ludovico dilectissimo lapidem ad normam exigenti; es decir: “A Luis el Bien Amado, piedra angular de las leyes”.

También aquí el lenguaje masónico “de palabras encubiertas” resulta evidente.

Albert Lantoine ha hecho justicia con respecto a la alegación de Bord, quien en una nota atribuida al cardenal Fleury, primer ministro, nota redactada a lápiz, creyó leer: “El rey no quiere que nos reunamos”. En realidad, escrutada por un especialista, la nota carece por completo de sentido, es indescifrable. En 1737 las molestias policíacas suscitadas por ciertos funcionarios celosos tropezaron con el hecho de que la francmasonería tenía entonces como Gran Maestre a Louis de Pardaillan de Gondrin, duque de Antin. Y cuando el teniente de policía Hérault pretendió penetrar en la logia reunida en la Râpée y que presidía el duque de Antin, a fin de prohibir la tenida, el duque echó mano a la espada, y Hérault tuvo que batirse en retirada. Se cuenta que Luis XV comentó: “Si Antin se obstina en tener logia, le enviaré a tenerla en la Bastilla”. Antin se obstinó, y no le sucedió nada. El rey sólo estaba bromeando.

Su sucesor fue Luis de Borbón-Condé, conde de Clermont, príncipe de sangre real y nieto de Luis XIV. Con él, la francmasonería francesa no tuyo ya nada que temer, y el modo en que se desarrolló muestra con claridad que ninguna medida grave de policía se opuso a ese desarrollo. Volviendo a Luis XV, podemos precisar que recibió los tres grados masónicos durante la misma velada, evidentemente sin pasar por las pruebas rituales, en la logia La Chambre du Roi, logia que agrupaba a los gentileshombres nombrados para un oficio y que formaba el servidio del mismo nombre. Y cuando Luis XV ennobleció a Voltaire, nombrándole “gentilhombre ordinario de la Cámara del Rey”, el filósofo, historiógrafo del rey, y miembro de la Academia francesa, frecuentó con toda certeza esa logia, antes de la tumultuosa recepción del 7 de abril de 1778 en la logia Les Neuf Soeurs, donde se limitaron a entregarle el mandil masónico de Helvecio. Lo que demuestra que se trataba de una trivial afiliación.

Luis XV fue un rey muy calumniado. Los jesuitas, a los que expulsó de su reino, tuvieron su parte de culpa en aquella época. Era muy liberal, y aunque al ser muy piadoso comía de vigilia todos los viernes, toleraba que Madame de Pompadour y el primer ministro, el duque de Choiseul, comieran carne en su mesa, sin preocuparse de lo que pensara la Iglesia. cUando el filósofo Claudio Adrián Helvecio incurrió en las iras de Roma a causa de su libro Sobre el Espíritu (1758), libro quemado en la plaza pública, el rey le libró del encarcelamiento y de las persecuciones. Helvecio era masón, y Luis XV no lo ignnoraba. Más tarde, en 1766, Jean-François Lefebvre, caballero de La Barre, que tenía diecisiete años, afeitó, en estado de embriaguez y al volver de la caza, el bigote y la barba de un Cristo de madera colocado a la entrada de Abbeville. El tribunal de la ciudad le condenó a que se le cortase la mano derecha, que sería quemada luego en fuego de azufre, a que se le arrancase la lengua, a que se le aplicasen tenazas al rojo y se le quemase vivo, tras haber sufrido la tortura ordinaria y la extraordinaria (los borceguíes). De La Barre apeló al Parlamento de París, pero ya el rey había decidido que sería decapitado previamente.

Luis XV había suprimido ya las galeras en 1748, horrorizado ante su régimen inhumano. Sustituyó esta pena por los trabajos forzados portuarios. Los condenados no llevaban más que la cadena y la bola sujeta a un pie, y colaboraban en las obras de los puertos y los arsenales. Los que se distinguían por su buena conducta podían ir a trabajar a la ciudad y amasar un peculio. El rey pensó también en establecer la igualdad de todos los franceses ante el impuesto.Todo el mundo se puso en su contra, desde el campesinado (que se negaba a hacer el servicio militar, cosa que implicaba la medida) hasta la burguesía, la nobleza y el clero. Por consiguiente, no se puede negar que, si el rey frecuentaba su logia madre, recibió al menos de ellas unas normas de comportamiento.

Este rey masón era muy lúcido. En una carta a su tía, la Princesa Palatina escribe: “El espíritu de los filósofos lo desorganiza todo; compadezco a mis sucesores; después de mí, el diluvio lo arrasará todo”.

Y también muy humano; la noche de la batalla de Fonenoy, el 11 de marzo de 1745, dijo dirigiéndose al joven delfín: “Hijo mío, ved toda la sangre que cuesta una victoria. La sangre de nuestros enemigos es también sangre humana. La verdadera gloria está en preservarla”.

En una carta del 8 de mayo de 1763 a uno de sus agentes secretos, declara: “Un rey no se sirve jamás de la palabra “odiar” con sus súbditos” (Correspondences secrètes).

Y en una carta del 31 de agosto de 1746, dirigida al mariscal de Noailles, hizo esta declaración que nadie imaginaría en una pluma real de la época: “Señor mariscal, la voz del pueblo es la voz de Dios ...”
¿Cómo no admitir que el espíritu de la francmasonería lo impregnó a su pesar, al contacto con sus “hermanos”, los oficiales de la Chambre du Roi?

Mucho más tarde, después de la subida al trono de Luis XVI, a la muerte de Luis XV (1774), el Grande Oriente de Francia funda al oriente de la corte, según la expresión ritual, la logia militar de los Trois Frères Unis, cuyos fuegos se encendieron el 1o de agosto de 1775. Dicha logia agrupa oficialmente a los guardias de corps del rey, o de Monsieur, conde de Provenza (el futuro Luis XVIII), o de monseñor el conde de Artois (el futuro Carlos X), a los oficiales, a los suizos de la guardia, a los funcionarios del despacho de la guerra, a los gendarmes del rey a los oficiales de la caballería ligera. Dado que se compone exclusivamente de masones vinculados por sus funciones a la familia real, pide que se le conceda el título que llevaban las de Jacobo II en Saint-Germain-en- Laye, es decir, Logia Real. El Grande Oriente se niega, pero no puede rechazar la denominación al oriente de la corte, puesto que los Hermanos están obligados a seguir a ésta cuando abandona Versalles.

Si, como se pretende, Luis XVI fue recibido como masón en este taller, muy brevemente, en una sola tenida (como Luis XV), eso justificaría que los convencionales (todos ellos masones) diesen al joven delfín, el futuro Luis XVII, el sobrenombre de “lobezno”. Este término, que proviene directamente de la antigua masonería operativa (la loba es uno de los útiles de los antiguos canteros), designa a los hijos de los Maestros masones.

Por otra parte, cuando Luis XVI se dirigió espontáneamente al Hôtel de Ville de París, el 17 de julio de 1789, tres días después de la toma de la Bastilla, para aceptar la escarapela tricolor en lugar de la blanca habitual, le esperaba una doble fila de gentileshombres. Todos eran sin la menor duda masones, ya que, a una breve señal, desenvainaron las espadas y formaron la muy masónica “bóveda de acero” para acoger al soberano, recordatorio discreto de la calidad que había recibido catorce años antes y que le imponía deberes, al tiempo que infundía respeto por su persona real. Los miembros del tribunal revolucionario le concedían, a pesar de todo, el privilegio de ir en carroza hasta el lugar de su ejecución, el 21 de enero de 1793. En lo que respecta a Luis XVIII, ex conde de Provenza, el historiador y masón F.T. Clavel, en su Histoirde pittoresque de la Francmaçonnerie (París, 1843), dice así:

“Luis era demasiado magnánimo para prestar oído a las calumnias de que se hacía objeto a la masonería. Lejos de eso, aplaudió nuestros nobles trabajos y permitió que una medalla diese constancia del acontecimiento y perpetuase su memoria. Admitido anteriormente al conocimiento de nuestros misterios, había apreciado sus medios y su finalidad” (op. cit.)

Clavel pronuncia estas palabras el 3 de noviembre de 1824, en la logia escocesa Emeth, durante la tenida solemne en el curso de la cual se pronunció el elogio fúnebre de Luis XVIII y se celebró el advenimiento de Carlos X. Después de la batería de duelo y el triple grito de lamentación ritual, continuó:

“Carlos X penetró en otro tiempo en el santuario de nuestros templos. La luz de la iniciación brilló ante sus ojos. El grande y noble objetivo que nos reúne se desarrolló en su espíritu. Por lo tanto, ¿cómo podría dejar de protegernos? Veo ya en un porvenir muy próximo que la masonería recobrará, bajo su poderoso protectorado, todo su antiguo esplendor. En vano se pretende achacarle el propósito de abolir nuestra generosa Orden. La mera suposición sería una injuria ... Son nuestros enemigos, los malvados, los que suscitan en nosotros esos temores. Su tentativa fracasará ...”

Sin embargo, el 13 de marzo de 1825, el papa León XII publica la constitución apostólica “Quo graviora”, en la cual repite las condenaciones precedentes pronunciadas contra todas las sociedades secretas.

Esta vez la excomunión tendrá pleno efecto, ya que el Concordato de 1801, firmado por Napoleón I y el papa Pío VII, da a Roma plenos poderes sobre la Iglesia de Francia, lo que nunca le había reconocido la antigua monarquía. Además, si bien Carlos X había promulgado al comienzo de su reinado medidas liberales (en particular, la abolición de la censura de los periódicos), se había visto desbordado muy rápidamente por los ultras. Y su amante muy querida, la señora de Polastron, le había suplicado y hecho prometer en su lecho de muerte que compensaría sus calaveradas juveniles mediante una vida ejemplar. Forzado por esta promesa a la cabecera de la moribunda, Carlos X olvidó el juramento masónico del conde de Artois.

Puede decirse que la cadena que, de Jacobo I de Inglaterra a Carlos X de Francia, había unido a todos esos primos de sangre, para convertirlos en hermanos por el compás y la escuadra, se había roto ante la tumba de la señora de Polastron Los lazos entre Francia y Escocia se remontan a muy lejos, a la Guerra de los Cien Años. Ya Luis XI se había casado en 1436 con Margarita de Escocia, hija de Jacobo I de Escocia. La princesa tenía entonces once años. Totalmente abandonada por Luis, entonces simple delfín, protegió al escritor Alain Chartier y murió oscuramente a los veinte años. Más tarde veremos a Luis XIII convertirse en cuñado de Carlos I. Luis XIV será primo carnal de Carlos II y de su hermano, el futuro Jacobo II. Luis XV será, pues, primo de Jacobo III, llamado el “Caballero de San Jorge”. Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X lo serán de Carlos III, el “Pretendiente”. Sólo la subida al trono de Inglaterra de la Casa de Hannover romperá esos lazos familiares. No obstante, la francmasonería tradicionalista y apolítica (el Grande Oriente) continuará sus trabajos, con grandes nombres a su cabeza. Y la muerte del duque de Berry, hijo de Carlos X, miembro de la logia La Trinité, asesinado por Louvel, será llorada de manera grandiosa en numerosas logias del Grande Oriente de Francia. Sin esta muerte, los franceses hubieran tenido un rey masón más. 

Gerard Lambert Elenes.

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